541. ¿Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla?

Después de realizar una revisión del concepto de compulsión a la repetición en la obra de Freud y de Lacan, podemos concluir que en ninguno de los dos autores se hace un uso de dicho concepto para aplicarlo a la psicología de las masas, y específicamente para pensar un fenómeno como el que revela el dicho popular: “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”; sin embargo, se podría decir que en el tratamiento que hacen dichos autores del concepto en cuestión, hay algunas alusiones a la posibilidad de poder ser utilizado para pensar la psicología de los pueblos y el proverbio popular.

Así, por ejemplo, cuando Freud (1920/1979) aborda la repetición en los fenómenos de la transferencia, él indica claramente que se trata de un fenómeno que “puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas” (pág. 21). Para Freud es claro que la repetición de situaciones olvidadas y que no se recuerdan, es un asunto estructural, que abarca la vida de todo sujeto, neurótico o no, y que además se puede presentar en cualquier situación en la que el sujeto establece un vínculo con sus semejantes; por eso él insiste en llamar a esta repetición de la que el sujeto no escapa, destino demoníaco y fatal (Freud, 1920/1979, pág. 21), es decir, una repetición de la historia del sujeto caracterizada por el retorno, una y otra vez, de los mismos acontecimientos de su vida, acontecimientos desafortunados, desdichados o infelices, a los que el sujeto está sometido irremediablemente.

Entonces, como se trata de una noción estructural que se puede extrapolar a otras muchas situaciones de la vida del sujeto (Lacan, 1984, pág. 45), es por esto que se puede discernir que a Freud solo le faltó agregar a su reflexión sobre la compulsión a la repetición, su traslación a fenómenos de masa donde la historia se repite, tal y como lo indican, no solo el proverbio, sino los observadores de los fenómenos de los pueblos, que muestran claramente cómo la repetición de la historia de un pueblo habla de un destino fatal y demoníaco para él mismo.

Si la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), también sería válido pensar que lo que un pueblo no puede recordar, eso que olvida o reprime, retorna bajo la forma de la compulsión a la repetición; hay pues algo en la vida de los pueblos que se repite de forma inconsciente, y es posible entonces conjeturar que el olvido de la historia por parte de los pueblos, que es lo que los condena a repetirla, tendría que ver con lo traumático, es decir, con lo dolorosa, penosa, vergonzosa o displacentera que pudo haber sido esa historia. Es decir que, así como la psicología individual es también social, el pueblo, la masa se comportan, a su vez, como un individuo. Los pueblos, entonces, también reprimen su historia, sobre todo cuando esta ha sido traumática; la olvidan, quedando esa historia desligada de toda elaboración, es decir, deja de ser recordada y pensada por el pueblo, lo que la lleva a repetirla. Pero, para poder hacer esta hipótesis, tenemos que pensar la psicología de un pueblo como equivalente a la psicología de un individuo: el comportamiento de todo un pueblo o país sería equivalente al comportamiento de un individuo, o por lo menos su comportamiento podría ser pensado como si se tratara del comportamiento de un individuo. Además, habría que pensar lo siguiente: si el trauma para los individuos es de orden sexual, ¿en el caso de la psicología de los pueblos de qué trauma se trata? ¿Qué es lo que haría traumática una historia colectiva? Probablemente la respuesta está del lado de los traumas de guerra, esos traumas que no son sexuales pero que causan una herida en el espíritu de los pueblos.

La compulsión a la repetición es pues un concepto teórico, estructural, que nos permite acceder, no solamente a la comprensión de las conductas de fracaso de los sujetos, y “que les dan la sensación de ser los juguetes de un destino perverso” (Chemama & Vandermersch, 2004), sino también a la repetición de la historia por parte de todo un pueblo o una masa.

Teniendo en cuenta lo anterior, pasemos entonces a responder la pregunta de a qué mecanismo psíquico, de carácter colectivo, responde esta compulsión a la repetición de la historia de un pueblo; la respuesta sería, entonces, la misma que para la psicología individual: el pueblo, la masa, también busca la cancelación del pasado, de su historia, reprimiéndola, lo cual explicará la compulsión a repetirla; lo que no acontece de la manera en que el pueblo así lo esperaba, es decir, de acuerdo con su deseo, será anulado, repitiéndolo compulsivamente a través de su historia. ¿Cómo se generaría una tal represión colectiva? Es algo que queda pendiente de responderse, pero todo lo anterior daría cuenta de que, como bien lo indica Freud, la psicología individual es simultáneamente psicología social (Freud, 1921/1979), aspecto este que ha sido descuidado en el momento mismo de pensar la psicología de las masas; y, sin embargo, cada vez más se piensan los fenómenos psicosociales, así como se hace con los fenómenos individuales. Así, por ejemplo, cada vez más se hace evidente el uso del término síntomas sociales, “como el lugar de una verdad no dicha, que escapa al sentido” (Velásquez, 2008) en toda una colectividad; el termino síntomas sociales se vuelve pues útil para pensar, desde el discurso psicoanalítico, fenómenos de masas contemporáneos.

A la pregunta de si es equivalente la compulsión a la repetición que Freud encontró en la clínica psicoanalítica, a la repetición de la historia por parte de los pueblos, la respuesta sería entonces que sí. Sin embargo, como ya se indicó, es como si a Freud le hubiese faltado hacer uso del concepto de compulsión a la repetición en el estudio de los fenómenos de masa, allí donde la historia se repite, tal y como lo indica claramente el proverbio popular que hemos citado. ¿Por qué Freud no lo hace? ¿Fue acaso un descuido de su parte, o fue prudente en el empleo de dicho concepto para pensar la repetición de la historia por parte de los pueblos? Son preguntas que, todavía, no nos atrevemos a responder.

Por lo dicho anteriormente, a la pregunta de qué tanto sirve el concepto formalizado por el psicoanálisis para pensar lo que sucede al nivel de toda una masa social, la respuesta es: mucho, pero con todas las precauciones que se debería tener en cuenta, las mismas que suponemos tuvo Freud para trasladar su concepto de compulsión a la repetición a fenómenos de masa. Por lo tanto, a la pregunta cómo hace la masa, el pueblo, para olvidar su historia, la respuesta también es la que Freud aplica a la psicología individual: la represión, un olvido colectivo que opera también en los pueblos, igual al que realiza el sujeto neurótico cancelando el pasado, su historia, reprimiéndola; faltaría, eso sí, dar cuenta de la especificidad de dicha represión a nivel de las masas, pero esto nos hace saber, cada vez más, como aquella se comporta igual que un individuo. Es decir que se trata de un asunto estructural, constitucional, no solo inherente a la psicología del individuo, sino también a la historia de los pueblos y de la humanidad toda.

Por último, habría que plantear qué tipo de intervención se podría hacer a la masa, a los pueblos, para que dejen de repetir la historia que se olvida. ¿Cómo tratar ese olvido que se presenta en los pueblos y que los lleva a repetir su historia? Es decir, ¿cómo cancelar las represiones de un pueblo o una masa, para que deje de repetir su historia? La respuesta aquí también es la misma que para el individuo: el pueblo sólo podrá recuperar su poder sobre lo olvidado, sobre lo reprimido, en la medida en que aquél se dedica a recordarla, elaborarla, tramitar lo traumática que haya sido, y la haga conocer a todos los individuos, es decir, la transmita a las siguientes generaciones para que éstas no la olviden. De aquí la importancia de todos los recursos a los que recurre una cultura para que la historia de un pueblo no se olvide: museos de la memoria, enseñanza de su historia, conmemoraciones, eventos o ritos que rememoran los acontecimientos traumáticos, etc. Un pueblo que recuerda su historia, que no la olvida, se supone que no la repite.

540. «Todo el mundo es loco»

“Todo el mundo es loco” es un aforismo de Lacan. “Todo el mundo es loco, Lacan lo formuló una sola y única vez, en un texto publicado en una revista que era entonces restringida, Ornicar?” (Miller, 2024). Este aforismo entró en el lenguaje de la AMP, incluso se volvió una especie de eslogan. Fue entendido como una reivindicación democrática de la igualdad de los ciudadanos que se impone a la jerarquía médico-paciente, deconstruyéndola. “Lacan había anticipado la ideología contemporánea de la igualdad universal de los seres hablantes señalando la fraternidad que debe ligar, según él, al terapeuta y a su paciente” (Miller). 

Esta reivindicación igualitaria de los sujetos se traduce en la desaparición de la clínica. “Todos los tipos clínicos se sustraen progresivamente del gran catálogo clínico, ya degradado y deconstruido por las ediciones sucesivas del DSM” (Miller, 2024). Ahora los sujetos afectados de un trastorno mental, de una discapacidad, se asocian y hacen grupos. Grupos fundados jurídicamente que se constituyen a menudo en grupos de presión, como, por ejemplo, los autistas. Todo anuncia que la clínica será pronto cosa del pasado (Miller).

Hay pues una despatologización de la clínica. “No habrá más patologías, en su lugar habrá, hay ya, estilos de vida libremente elegidos” (Miller, 2024), y jurídicamente sancionados. Se trata de la sustitución del principio clínico por el principio jurídico. Un ejemplo de ellos son los sujetos que demandan una transición de género. “Un hombre político francés propone hoy incluso, que el cambio de sexo se introduzca en la Constitución francesa y se reconozca como un derecho humano fundamental, hasta ahora olvidado” (Miller). Ahora todo el mundo es normal.

El Todo el mundo es loco va, pues, de la mano de la despatologización de la enfermedad mental. ¿Cómo podría salvarse la clínica a pesar de toda despatologización? Se propone una dialéctica para salvar la clínica a pesar de la despatologización, distinguiendo entre la tesis (la desaparición de toda patología) y la hipótesis (la conservación de las distinciones clínicas). Así pues, se conservan las distinciones de la clínica al nivel subordinado de la hipótesis (Miller, 2024). 

Si todo el mundo es loco, ¿es que es delirante? Sí, todo el mundo es loco, es decir delirante. Decir “La imputación de locura y de delirio depende aún de la clínica. Parece que valida el fin de la clínica, pero en términos que pertenecen a la clínica (…) Todo el mundo es loco, ¿Quién lo dice? No puede ser más que un loco. Por lo tanto, lo que dice es un delirio” (Miller, 2024).

539. ¿Cómo explica el psicoanálisis la parálisis del sueño?

«La interpretación de los sueños (1900)» es el texto con el que Freud dio a conocer al mundo científico y académico su teoría psicoanalítica; sin embargo, no abordó específicamente la parálisis del sueño en su obra. Este fenómeno ha sido estudiado principalmente en el ámbito de la medicina y la psicología contemporáneas, donde su explicación se encuentra en términos de neurociencia y fisiología del sueño.

Las teorías neuropsicológicas contemporáneas consideran que la parálisis del sueño es un trastorno en el cual una persona, al despertar o quedarse dormida, experimenta una incapacidad temporal para moverse o hablar. Esto suele ir acompañado de sensaciones de presión en el pecho, alucinaciones visuales o auditivas, y una sensación de terror por la imposibilidad de moverse o levantarse. Se cree que este fenómeno está relacionado con una interrupción en la transición entre las etapas del sueño REM (movimiento ocular rápido) y el sueño NREM (no REM), lo que puede temporalmente desconectar la mente del cuerpo.

Así, los investigadores contemporáneos relacionan esta parálisis con aspectos neurofisiológicos y la interrupción en la transición entre las etapas del sueño REM y NREM. Se centran en la actividad cerebral durante el sueño y cómo pueden ocurrir disfunciones en el proceso de despertar del sueño REM. Durante el sueño REM, el cuerpo se paraliza naturalmente para evitar que las personas actúen físicamente sus sueños, como ocurre en el sonambulismo, considerado también un trastorno del sueño.

En el caso de la parálisis del sueño, esta parálisis temporal puede persistir brevemente, causando la sensación de estar atrapado en el propio cuerpo o incluso de separación del mismo (lo que la parapsicología denomina desdoblamiento). Las explicaciones de la mitología popular atribuyen la parálisis a la presencia de íncubos, duendes, demonios o brujas.

¿Cómo explica el psicoanálisis la parálisis del sueño? Para el psicoanálisis, la parálisis del sueño responde a un conflicto psíquico entre dos fuerzas en pugna, similar a lo que sucede en la formación de un síntoma psíquico. Este conflicto es siempre una formación de compromiso entre dos fuerzas opuestas que buscan su satisfacción: lo represor (las demandas morales y culturales) y lo reprimido (las demandas pulsionales y deseos reprimidos).

En la parálisis del sueño, las dos fuerzas en conflicto son las demandas culturales que exigen al sujeto cumplir con sus deberes y tareas, y la realización de un deseo muy poderoso en los individuos: el deseo de seguir durmiendo y descansar. Por esta razón, la parálisis del sueño suele ocurrir cuando el sujeto intenta tomar una siesta después del almuerzo o por la mañana antes de despertar, pero se ve obligado a levantarse para cumplir con sus responsabilidades laborales, académicas o domésticas.

En este momento, el deseo de dormir entra en conflicto con las exigencias del yo para despertarse y trabajar, lo que lleva a experimentar la parálisis del sueño. Durante este estado, el sujeto puede sentir que no puede levantarse, lo que puede llevarlo a gritar, llamar a alguien o pedir ayuda, aunque en realidad está soñando. Sin embargo, estos sueños suelen ser muy vívidos, lo que lleva a que se experimenten como alucinaciones. En algunos casos, el sujeto puede soñar que se levanta y comienza a realizar sus tareas cotidianas: se lava los dientes, se alista para salir, se sube a su automóvil, hace el viaje hasta la oficina, y cuando llega a la oficina… ¡se despierta! Y se da cuenta de que lo cogió la tarde para llegar al trabajo.

En resumen, el conflicto en juego en este fenómeno se encuentra entre el deseo de dormir y las demandas imperativas del yo para cumplir con los deberes y responsabilidades.

538. El declive del patriarcado y la clínica del sinthome

Nos encontramos en una era marcada por una crisis de autoridad, estrechamente relacionada con una crítica al patriarcado. El sistema simbólico que ordenaba las formas de disfrutar, la propia diferencia (identidad), los géneros y otras diferencias binarias, está en crisis. La crisis del patriarcado, formulada por Lacan antes de la Segunda Guerra Mundial, se manifiesta hoy como un declive social de la imago paterna (Bassols, 2023). La figura del padre, promovida como autoridad por el patriarcado, se ha vuelto insoportable; la autoridad paterna resulta ahora intolerable. Este declive de la función paterna coincide con una demanda, un llamado, una exigencia de algo que ocupe el lugar de esa función simbólica que organiza las formas de goce del sujeto (Bassols). Socialmente, esto se refleja en el aumento de formas autoritarias que se creían obsoletas, como se observa en la política, por ejemplo, con Trump en EE. UU., Milei en Argentina y Bukele en El Salvador. Esta demanda da lugar a nuevas formas sintomáticas a nivel social y personal; de ahí las quejas de los padres que no saben cómo lidiar con hijos que sufren de bullying, cutting, hiperactividad, adicciones, crisis de identidad, intentos de suicidio, autismo, desconexión de la realidad, entre otros.

Lacan formalizó la función paterna en la década de 1950 con su famosa «metáfora paterna». El Nombre del Padre era el significante que metaforizaba el deseo de la madre y proporcionaba al sujeto una forma de ubicarse en relación con su cuerpo, su goce y el deseo del Otro (Bassols, 2023). La falta de inscripción del Nombre del Padre en el sujeto diferenciaba el campo de las neurosis del de las psicosis, estableciendo una clínica estructural binaria. Sin embargo, la renuncia a la función paterna en la actualidad no implica una mejora; tampoco se trata de «reivindicar el sistema social fundado en el patriarcado. No hay retorno posible» (Bassols, 2023). El patriarcado es un sistema obsoleto, por lo que es necesario interpretar ese llamado al Otro como una invitación a otras formas de organización social y de goce. Esto da lugar a nuevas formas sintomáticas y a una diversidad de acciones simbólicas que generan una nueva clínica.

En la década de 1970, Lacan pluralizó la metáfora paterna, adaptándose al declive de la función paterna. Redujo el Nombre del Padre a un operador lógico, introduciendo fronteras móviles en las estructuras clínicas y pasando de una clínica continuista a una clínica de nudos. En esta nueva clínica, cualquier significante puede operar la función de anudamiento de lo simbólico; la «evaporación» del padre no implica su desaparición, sino más bien una dispersión de la función simbólica en diversas formas de nominación que el sujeto contemporáneo utiliza para representarse (Bassols).

El sujeto moderno llega a terapia con un diagnóstico, intentando nombrar una forma singular de goce. En el DSM, cada vez más en declive, los cuadros clínicos son cada vez más indefinidos, como se ve en el trastorno del espectro autista y el término «trans». El sujeto intenta nombrar lo más singular de un goce disruptivo en el cuerpo, generando fronteras más flexibles y móviles en el campo simbólico. La pluralización de los nombres del padre deja atrás la clínica estructural y nos sumerge en una nueva clínica basada en los nudos, los anudamientos y desanudamientos (Bassols, 2023). Esta es la clínica del sinthome.

El sinthome es el nombre singular del goce de cada sujeto, introducido por Lacan en 1975 en su seminario, continuando con la elaboración de su topología -nudo borromeo- y la exploración de los escritos de James Joyce. Lacan consideraba que el síntoma está inscrito en un proceso de escritura; ya no es un mensaje a descifrar, sino un puro goce que no se dirige a nadie (Thurston, 2007). El sinthome designa un núcleo de goce inmune a la eficacia de lo simbólico, permitiendo al sujeto vivir.

Todo esto lleva a Miller a proponer un nuevo ordenamiento de la clínica con el término «psicosis ordinarias», fenómenos clínicos que incluyen signos discretos, eventos corporales imperceptibles y sutilezas en el discurso. Este término no pretende ser una nueva categoría clínica, sino un neologismo que orienta al clínico donde no se distingue entre neurosis y psicosis. La psicosis ordinaria se convierte en una anticategoría, subvirtiendo el orden clínico heredado de la psiquiatría y respondiendo a la crisis del patriarcado. La clínica del sinthome, al escuchar las nuevas formas de producir síntomas y goces, prescinde de la clínica clásica para atender la singularidad de cada caso (Bassols). Esto es la clínica del sinthome.

537. Sobre la psicología del amor

Los seres humanos no eligen a cualquiera para amar, eligen a alguien. En esa elección se ponen en juego unos requisitos que se denominan condiciones de amor. Estas suelen ser muy variadas y en ocasiones son inexplicables o asombrosas y operan cada vez que nos enamoramos o cuando alguien nos llama la atención. En la mayoría de los casos las condiciones de amor son inconscientes y remiten a la infancia de cada individuo, es decir, al momento en que se empezó a amar y se tenía un primer objeto de amor: la madre o su sustituto. Las condiciones de amor son tomadas de este período de nuestra vida y de las personas a las que se dirigía nuestro amor.

Los motivos de consulta más frecuentes y comunes en la clínica psicológica son los problemas y el sufrimiento que los seres humanos y las parejas padecen cuando aman, por eso es importante dar cuenta de las lógicas de la vida amorosa de los seres humanos, para comprender el origen psíquico de una serie de comportamientos y fenómenos de los sujetos, referidos todos al amor, como por ejemplo: el enamoramiento, la condición del “tercero perjudicado”, la elección de “mujeres fáciles”, las dos corrientes del amor: la tierna y la sensual o pasional, la impotencia sexual masculina, la frigidez femenina, la infidelidad, la degradación de la persona amada, las exigencias que le impone la cultura a la conducta amorosa del hombre civilizado, la servidumbre sexual de las mujeres y los hombres, el fetichismo, los rasgos perversos que se ponen en juego en el encuentro sexual, los juegos sexuales, el sadismo y masoquismo en las relaciones amorosas, el narcisismo, el descontento, el odio, la dependencia, la repetición, la ética, el ideal y la alteridad en el amor.

Mucho de lo referido al amor en Freud se encuentra resumido en una serie de textos publicados bajo el título de «Contribuciones a la psicología del amor». El primero de esos textos se llama Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre, de 1910; el segundo se denomina Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa, de 1912, y por último su texto Sobre el tabú de la virginidad, escrito en 1917. 

El impulso de amor fue personificado desde Grecia por Eros, dios del amor y fuerza creadora del cosmos. Éste fue pensado como un dios carente, en tanto que busca a un otro que sería su complemento. Eros orientaría el alma del hombre con un anhelo de recuperar lo que alguna vez fue su otra mitad. Así, el amor sería el deseo y la persecución de ese todo que le faltaría al ser humano. En la mitología, Eros es hijo de Penía, la pobreza, y de Poros, la riqueza. Fue concebido durante un festín en el que se celebraba el nacimiento de Afrodita. Este origen daría cuenta de su doble condición de mendigo menesteroso que busca lo bello y lo bueno, o sea lo que no tiene. Por esta razón, las telenovelas y películas más exitosas en el tema del amor son aquellas en las que un sujeto pobre o carente de recursos y otro rico y pudiente se enamoran; se trata siempre de una relación llena de dificultades y complicaciones, por eso gustan tanto.

El amor también fue pensado desde la antigüedad en su relación con el deseo: se desea y ama lo que no se posee. Sócrates decía que cualquiera que sintiera deseo, es porque quiere lo que no tiene, lo que no está presente o lo que no es. El deseo es fundamentalmente una falta y ésta es constituyente del amor. El psicoanálisis también designa con Eros el conjunto de los impulsos que apuntan a la vida en oposición a los de muerte. Eros sería esa fuerza primordial que produce ligazones entre los seres humanos; en cambio, Tánatos, que en griego significa muerte, es aquella fuerza que destruye y empuja al aniquilamiento y que junto al Eros conforman esos dos valores antagónicos que se mezclan y crean todas las manifestaciones que se observan en el comportamiento del hombre. En el ser humano existen entonces tanto fuerzas creadoras como las que hacen de él un ser que se autodestruye y que destruye.

Eros y Tánatos conforman la denominada dualidad pulsional. La pulsión es el nombre que el psicoanálisis le da al impulso sexual, en tanto que éste no es instintivo. La sexualidad es casi siempre pensada al servicio de la vida, pero el psicoanálisis enseña que dicho impulso también lleva consigo un empuje hacia la destrucción y la muerte, lo que explicaría por qué se observa en el ser humano una disposición a hacerse daño a sí mismo y a otros, y muy especialmente en el campo del amor.

El amor, para el psicoanálisis, se divide en dos tendencias que podemos diferenciar como la corriente tierna del amor y la corriente sensual o pasional. Freud pensaba que la reunión de estas dos corrientes en una sola es lo que asegura una conducta amorosa «normal». La primera de estas corrientes tiende al cuidado y respeto del amado, y la segunda ayuda a hacerlo deseable, sexualmente hablando. De las dos corrientes, la tierna es la más antigua y proviene de la infancia. Se dirige a los sujetos que integran la familia y a las que tienen a su cargo la crianza del niño. En esta corriente tierna se ponen en juego intereses eróticos. Todo esto tiene que ver con la elección que hace todo niño de un sujeto al que amará, primeramente, el cual, en la mayoría de los casos, no es otro que la madre. La ternura de ésta, de los integrantes de la familia y de las personas a cargo del cuidado del niño, contribuye a acrecentar la corriente tierna del amor.

Cuando esta ternura es exacerbada, sucede que el niño se aferra a ella y a su madre que se la brinda, creándose una fijación que puede continuar a lo largo de la infancia y de la vida. Pero llega un momento, el de la pubertad, en el que se despierta la otra corriente del amor: la poderosa corriente sensual, la cual se añade a la tierna en la búsqueda y elección de un sujeto a quien amar. Para que el adolescente pueda llegar a elegir una novia o compañera, él deberá dar un paso importante: ser capaz de dirigir su ternura y pasión a este nuevo sujeto con quien pueda cumplir una real vida sexual, sin quedar fijado en sus sentimientos de ternura a los padres. Es, en cierto sentido, un abandono de los primeros amores de la infancia. Este paso que tiene que dar el sujeto, de la fijación a la ternura de los padres, a la elección de un objeto de amor, puede ser algo muy difícil y llegar hasta fracasar; esto debido a dos factores: el primero tiene que ver con la dificultad que él pueda tener para encontrar a otro a quien amar, y el segundo, con el monto de apego que el sujeto llegue a tener a la ternura de los primeros objetos de amor de la infancia.

536. ¿Todos autistas?

Hoy en día existe una tendencia a etiquetar a individuos como autistas; cualquiera parece ajustarse al espectro autista: Elon Musk, Lionel Messi, Bill Gates, Keanu Reeves, Tim Burton, Gustavo Petro, entre otros. Casi cualquier persona excéntrica o «rara» puede ser diagnosticada como autista sin una evaluación profesional adecuada. Pareciera que convertirse en autista está de moda, o tal vez, en última instancia, esto nos enseña que cada individuo puede tener algo de «raro», es decir, de autista, una suerte de «autismo generalizado». Dado que no hay un niño autista típico y cada niño es diferente, todos somos diferentes en algún aspecto singular.

De todos modos, a nivel clínico, es crucial ser preciso en el diagnóstico del autismo. El autismo se ha descrito como la soledad y la inmutabilidad; son niños inmersos en actividades repetitivas (Tendlarz, 2023). El niño parece encapsulado en una especie de burbuja, aislado de cualquier vínculo con los demás. De hecho, este es el primer signo de autismo en el niño: la incapacidad para establecer vínculos afectivos con sus cuidadores; se muestra ausente, sin prestar atención al otro. Por eso, muchos padres llevan a sus hijos en este estado a consultar al médico, pensando que están ciegos o sordos, ya que no miran al otro ni responden a su llamado. El médico, por supuesto, encuentra que el niño está bien de la vista y el oído, solo que está absorto en sí mismo.

En cuanto a las repeticiones, no son necesariamente obsesiones, sino intereses específicos que pueden utilizarse para conectar con el niño; es un funcionamiento singular que persiste a lo largo de la vida. Esto es algo que es muy importante respetar: las soluciones singulares que cada individuo autista elabora, sobre todo porque el trabajo analítico se apoya en ellas para desplazar el encapsulamiento autista en el que el niño se encuentra y así ayudarlo a incluirse en el mundo de manera efectiva. Por lo tanto, es crucial respetar la singularidad de cada individuo autista y su manera única de estar en el mundo (Tendlarz, 2023).

Junto al respeto por la singularidad de cada individuo, lo cual es válido para cualquier persona en este mundo, es fundamental hacer hincapié en la importancia de la inclusión y la lucha contra la segregación de estos niños. Desde la perspectiva psicoanalítica, se busca comprender esa singularidad y no ver al autista como un sujeto deficitario que debe ser entrenado para ser funcional.

El autista, entonces, es un sujeto que se aparta, que se cierra al intercambio con los demás, debido a una insondable decisión del ser que se proclama como identidad, según indica Lacan. «Cada uno de nosotros cae al mundo, al mar del lenguaje, y de allí no podemos salir, y aunque esto nos concierna a todos, la modalidad de respuesta a este hecho de estructura es absolutamente singular. Algunos reclaman a los otros para salir adelante, otros no, se apartan, se cierran al intercambio con los demás» (Coccoz, 2023). El autismo, desde la perspectiva lacaniana, se constituye en una posición de defensa extrema ante la realidad de la palabra misma; «se considera el autismo como un funcionamiento subjetivo, singular, una forma de ser, que permanece constante a lo largo de la vida, que no se cura, lo cual no significa que no se pueda atemperar, no significa que el sujeto que lo padece no pueda llegar a saber hacer con él» (Lagos, 2023).

Los aportes de Freud al entendimiento del funcionamiento del aparato psíquico nos enseñan a comprender las inhibiciones o pérdidas del interés en la vida, en el amor, en la comunicación, consideradas en las descripciones de los síntomas autísticos. Lacan nos enseñó que «el lenguaje hace el ser»», que el lenguaje es lo que nos da el ser, y esta es precisamente la gran dificultad del sujeto autista: tiene trastornado el hablar, el vivir, el amar, el gozar, el hacer. «Nadie puede proclamar su ser sin un nombre, ni encontrar o echar en falta las satisfacciones propias de la vida, sin gozar de la lengua que habla. Por eso, con el psicoanálisis nos ocupamos de saber sobre esa realidad y sobre las consecuencias que tienen las palabras sobre nosotros y nuestros próximos» (Cocozz, 2023).

535. La guerra es un componente inherente a la naturaleza humana

Sigmund Freud, al reflexionar sobre la guerra, afirmó que los hombres cometen actos de crueldad, malicia, traición y brutalidad que parecerían incompatibles con su nivel cultural. De esta manera, se plantea la existencia de un más allá del principio del placer, es decir, una pulsión que desafía la noción de que el principio del placer gobierna nuestras vidas y determina nuestras acciones. Esto sugiere que la evitación del displacer, que solía guiar el funcionamiento psíquico, se ve contrarrestada por una fuerza mucho más determinante (Dessal, 2023). Este impulso se denomina «pulsión de muerte», y la guerra se manifiesta como una de sus expresiones más extremas.

El dilema que enfrenta la humanidad es que la guerra forma parte intrínseca de la dinámica de la civilización. «No es un accidente, un desorden de la naturaleza humana, sino un ingrediente inevitable de esa naturaleza» (Dessal, 2023). El individuo experimenta satisfacción al cometer actos de violencia, destrucción y barbarie, es decir, halla placer (léase goce) en hacer el mal. Como expresó Freud en «El malestar en la cultura» (1930), «El hombre no quiere renunciar a la satisfacción de sus necesidades agresivas. Solo le importa la propia satisfacción, y no siente ningún respeto por el prójimo. Si no fuera por la compulsión que lo obliga a respetar la cultura, preferiría comportarse como un salvaje». En consecuencia, «las palabras del amor coexisten con las del odio, y el odio no se conforma con la muerte del enemigo, sino que exige su completa supresión simbólica» (Dessal).

Este impulso mortífero en el ser humano se manifiesta constantemente en sus relaciones con sus semejantes. Según Freud (1930), «el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo». La civilización se ha creado con la intención de establecer límites a estos impulsos agresivos; ella es el resultado de la renuncia a satisfacer las pulsiones de muerte y destrucción. Sin embargo, «tal renuncia no es más que un semblante que puede ser barrido en una fracción de segundo» (Dessal, 2023). Aparentemente, el progreso es una ilusión sin futuro.

534. El sujeto no sabe lo que dice

«No saber lo que se dice» es la posición natural de todo sujeto, y al mismo tiempo, eso es el inconsciente. Cuando un paciente se queja de que nadie lo entiende, en realidad, quien no se entiende es el propio sujeto. Por eso se le invita a asociar libremente con la consigna «¿Qué quiere decir usted con eso?». Lo que el dispositivo analítico busca es que el paciente escuche lo que dice y tome consciencia de lo que realmente quiere expresar. La escucha analítica va acompañada de la interpretación, que en esencia significa: «Te digo que has expresado algo diferente de lo que querías decir» (Miller, 2021).

Desde los albores del psicoanálisis, se enseña que el sujeto no sabe completamente lo que dice; siempre hay un exceso en su expresión. El sujeto no tiene control absoluto sobre su pensamiento, lo que le cuesta reconocer: que él no es el soberano absoluto de su propio ser, que hay un «Otro» dentro de él que lo gobierna. Este «Otro» se revela cada vez que ocurre un lapsus; el sujeto quiere decir una cosa y termina diciendo otra, como decir «mi madre» en lugar de «mi mujer». «El Otro dice algo distinto a lo que yo quería expresar; el Otro es más poderoso que yo. ¿Cómo es esto posible? En el interior de cada uno de nosotros reside un «Otro» (por eso Lacan lo escribe con mayúscula) más influyente, que actúa sobre el sujeto y a pesar del sujeto. Este «Otro» es la otra escena de la que hablaba Freud; Lacan lo llamó el «sujeto del inconsciente.»

En análisis, el sujeto puede expresar todas sus ideas sin asumir plenamente la responsabilidad de lo que dice. Puede hablar de odios, deseos, temores y pensamientos en los que no se reconoce y que rechaza, tratando de disociarse de ellos: «No estoy ahí, soy inocente, no soy yo». Sin embargo, el análisis no se limita a producir declaraciones de las cuales el sujeto no se hace cargo; esos enunciados son relevantes para él, aunque no lo reconozca de inmediato. Este es el «sujeto del inconsciente», aquel que eventualmente, durante el proceso terapéutico, llega a reconocerse en lo que dice, incluyendo sus odios, temores y deseos.

«Creemos saber lo que estamos diciendo, pero no tenemos ni idea» (Dessal, 2015). La noción de que «el sujeto no sabe lo que dice» está en consonancia con lo que nos enseña el psicoanálisis al introducir el concepto del inconsciente: que existen una serie de procesos que están más allá de nuestro control consciente. Estos procesos incluyen deseos, pensamientos y emociones sobre los cuales no tenemos control. Por lo tanto, el inconsciente organiza nuestra experiencia y define quiénes somos. La afirmación de que «el sujeto no sabe lo que dice» se refiere al hecho de que, al hablar o comunicarnos, no siempre somos conscientes de las implicaciones completas de nuestras palabras; es decir, a menudo decimos más o menos de lo que queremos, o cometemos errores al hablar (lapsus). Por lo tanto, nuestras expresiones verbales revelan deseos, conflictos y pensamientos inconscientes que operan en un nivel oculto para nosotros mismos.

En resumen, «el sujeto no sabe lo que dice» porque nuestras palabras son el resultado de procesos inconscientes que ocultan nuestros deseos y conflictos internos. Esto concuerda con la afirmación de Freud de que el sujeto no es el dueño y señor absoluto de su propia casa, es decir, de su psiquismo, lo que constituye una herida narcisista significativa. A menudo, el sujeto tiende a considerarse como el gobernante consciente de sus pensamientos y percepciones internas, lo que le permitiría tomar decisiones que estén en línea con sus deseos; sin embargo, esta creencia es un error. «El hombre no es dueño en su propia casa; y seguramente lo mejor que podría hacer sería ocuparse en conseguir su emancipación de ese señorío extraño» (Freud, 1927).

533. «las mujeres tienen coraje y los hombres son cobardes»

Dice Miller (2010) que «las mujeres tienen coraje y los hombres son cobardes». ¿Cómo entender esta idea que coloca a las mujeres del lado de la valentía y a los hombres del lado de la cobardía? Esto se entiende a partir de la referencia fálica en el complejo de castración. Freud llama «complejo de castración» al encuentro de los niños con la diferencia sexual anatómica. Niños y niñas subjetivan la diferencia sexual diciendo: «los niños tienen pene, las niñas… no tienen pene». “Hasta hoy -dice Miller (2002)- es un hecho que un tengo esencial, primordial, recae sobre el pene” (pág. 153), recae sobre eso que se ve, y lo que ven niños y niñas es que hay seres que tienen algo que a los otros les falta; es así como se subjetiva ese tener o no tener un pene, es así como se subjetiva la diferencia sexual en ambos sexos.

Entonces, «según se tenga o no el órgano que, en el cuerpo, encarna el significante fálico» (Miller), los hombres quedan del lado de los que tienen algo que proteger y las mujeres ¡no tienen nada que perder! El hombre es, pues, un dueño, dueño del falo. «Es esencialmente un dueño; gestionará mejor o peor su propiedad, pero está condicionado por ella» (Miller). Y las mujeres, con respecto a la referencia fálica, como no tienen el falo, el falo les falta, no tienen nada que perder. Por esta razón, «no tener nada que perder puede otorgar un coraje sin límite, aun feroz: mujeres que, para salvar lo más precioso, están preparadas para ir hasta el final sin detenerse, dispuestas a luchar como quieran» (Miller).

El tener el falo no es ninguna ventaja para los hombres, ya que temen perderlo -angustia de castración-; por eso se dedican a cuidar todo lo que tienen: su pene, su dinero, su mujer, su automóvil, etc. «La cobardía fundamental de los hombres es que están embarazados por algo que tienen que proteger» (Miller, 2010). Tener el pene embaraza a los hombres porque no sabe qué hacer con él, dónde ponerlo, manejarlo, dónde colocarlo; «eso puede despertar en ellos la ferocidad del dueño amenazado de robo» (Miller); de cierta manera, los hombres siempre se sienten amenazados, tanto frente a otros hombres: «tienen más de lo que yo tengo», como frente a las mujeres: «ellas desean tener lo que yo tengo», el falo.

Podría parecer que, por tener el falo, los hombres están en posición de amo y las mujeres en posición de esclavas, según la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo; pero no es así. «El hombre, aunque pueda parecer que manda, es el esclavo, el siervo. Lo es porque, de manera estructural, el que sale siervo de esa lucha es el que debe proteger algo –en Hegel, supuestamente su vida–» (Miller, 2010). La mujer, en cambio, está en posición de amo, ya que no tiene nada que proteger. La dominación femenina se desprende de una posición de un amo sin reglas, que denuncia al falso amo que es el hombre, como bien lo sabe hacer la mujer histérica.

532. ¿Cómo es el sujeto autista?

Para el psicoanálisis lacaniano el autismo hace parte de las estructuras psicóticas, junto a la paranoia y la esquizofrenia, que se presenta desde la infancia; no es una psicosis que se desencadena en la adolescencia o la adultez, sino que ya, desde que se es un niño, se presenta la psicosis. El niño autista nos enseña que ha habido un problema en su relación con el Otro, es decir, con lo simbólico. La tesis del psicoanálisis lacaniano es que el niño no encuentra un lugar en el deseo del Otro, su madre, y por esta razón se aísla de ese Otro; queda como ensimismado, encerrado en una burbuja, aislado de todo lo que le rodea. Esta es la razón por la que el sujeto autista no es capaz de establecer un vínculo afectivo con su madre o cualquier otra figura importante en su vida, y como resultado, queda atrapado en esa «burbuja» que lo separa de los demás y de todo lo que lo rodea.

Por lo anterior es que el niño autista se caracteriza por una serie de comportamientos, como la falta de contacto visual, la incapacidad de comunicarse verbalmente; muchos de estos niños son llevados al médico, a la edad de dos, tres, cinco años, con la queja de que el niño es sordo -no atiende las demandas de sus padres, como si no escuchara- o ciego -mira fijamente hacia un punto lejano sin dirigir la mirada hacia sus cuidadores-. El examen médico les hace saber a los padres que el niño sí ve y sí escucha, y que se puede tratar de un trastorno autista. El niño también suele presentar comportamientos repetitivos; muchas veces son autoagresiones -golpes en la cabeza- o permanecen tirados en el suelo sin moverse -catatonia: mutismo, mirada fija, rigidez-.

El psicoanálisis le da gran relevancia al lenguaje como herramienta, no solo de comunicación, sino de formación del «ser». «El lenguaje, más allá de ser un instrumento de comunicación, que lo es, o un instrumento de información, es el camino en el que el ser se forma, entonces con esas maderitas formamos el ser, y los autistas están en un apuro muy grande para mantenerse a flote, porque tienen pocas maderitas, y la cuestión es, con esas pocas maderitas, cómo ayudarles a que se mantengan a flote» (Coccoz, 2012. Ver https://bit.ly/3DvWNRW). Así pues, el niño autista cuando habla utiliza las palabras de otra manera, ace uso de neologismos o toma las palabras a la letra; por eso ellos enseñan sobre lo más profundo del ser humano: que el lenguaje es lo que nos constituye como sujetos.

Para un niño autista, el entorno puede resultar abrumador debido a las sensaciones auditivas o visuales intensas; el mundo exterior, la calle, le es hostil -el metro, la gente que habla, los pitos de los autos-, todo es una realidad muy intrusiva. Estas experiencias sensoriales pueden dificultar la capacidad del niño para procesar y defenderse mentalmente; el niño no tiene la «pantalla mental» que es la que nos permite entender, a nosotros los seres humanos «normales», cada cosa que nos ocurre; el niño autista carece de esa «pantalla» que permite darle sentido a lo que ocurre alrededor. Los sujetos neuróticos tenemos una «pantalla mental» que nos permite comprender y filtrar las experiencias, poderles dar un sentido, una significación a nuestras experiencias, pero los autistas tienen dificultades con esto.

El psicoanálisis, en el abordaje que hace del autismo, enseña que «no es posible hacer nada en este mundo por obligación» (Coccoz, 2012. Ver https://bit.ly/3DvWNRW). El niño autista no va a ser como el común de los mortales. Lo importante es que cada niño, incluso cada sujeto (así no sea autista), se pueda dar un lugar al lado de otros sujetos, y que puedan gozar de su propia vida. Hay muchos modos de estar en la vida, de arreglárselas con la vida. Cada niño autista es único en su forma de ser y de lo que se trata, en el tratamiento psicoanalítico de esos sujetos, es pensar cómo se pueden abrir puertas para conectar con ellos. Los niños autistas sueles hacerse a intereses individuales, como las motos o la fórmula 1, los dinosaurios o los pingüinos, como el personaje de la serie de Netflix Atypical. Es importante reconocer estas diferencias y adaptarse a ellas para poder conectar con el sujeto; es eso consiste el tratamiento psicoanalítico de este trastorno. No se trata de cambiar a la persona autista, sino de comprenderla y encontrar formas de conexión con ella a través del particular interés del niño con un objeto; no se trata solo de aceptarlo tal como es, sino también de adaptarse a sus necesidades individuales. Entonces, no hay una única norma o manera correcta de vivir; cada persona tiene su propia forma de ser y adaptarse.